LA ULTIMA MORADA

(Poema dedicado a los enfermos terminales de sida,
donde Abelardo colabora habitualmente)


Un albergue a las afueras
de cualquier gran ciudad,
un camino corto, empedrado;
una vieja verja oxidada.
Entre cantos de jilgueros
y el aroma del romero en flor,
entre sueños rotos y recuerdos.

Desayunos, meriendas, cenas,
aperitivos de retroviral y reloj.
Cigarrillos apurados al infinito,
caladas de humo y desespero
entre esputos y lamentos seniles.
Miradas austeras y soledades
compartidas; miedo a la soledad.

Largas noches en penumbra
donde la luna ya no es blanca,
donde a veces brilla el sol, donde
el bicho alojado en las arterias
dormita con un ojo medio abierto;
donde el presente y el futuro son
rehenes del pasado, tan solo eso.

Juventudes truncadas de caballo,
de chabolos inmundos y hacinados
donde los picos de vena en vena
chutan. Deslices de una noche sin
goma. Pasos a nivel sin barreras
donde los trenes arrollan, donde
diariamente tenemos que cruzar.

Hoy es jornada de visita, llega
una anciana madre al albergue;
que mala vida le dio, cuantas
noches en vela sin volver a casa.
Una vez al mes viene, pasea con su
hijo aferrada a sus brazos, llora en
silencio entre pinos y alamedas.

Afectos multiplicados por diez,
abrazos que molestan por sinceros
en apretones de luz y generosidad.
Un poema recitado a media tarde,
unos aplausos que no premian el
poema, tan solo tu presencia allí.
En el albergue está anocheciendo.