En un laboratorio polvoriento de infancia sintetizó la esencia de las cosas. Tomó la forma fría recubierta de esporas y bajó la escalera, bordeó el patio hasta una calle agnóstica, solapada en su inercia. Entre las multitudes parecía un ciudadano más, una plantilla para dibujar hombres. Pero iba lentamente trastocando la materia en dilemas, la substancia en cancelas y cipreses, la tinta del destino en azulejos. En un laboratorio polvoriento de infancia sintetizó el fluir de las esferas y pudo verse, ajeno, amalgamado, más allá de relés y capas blancas, recluido en la madera del anciano pupitre.