AL DESCUIDO DEL TIEMPO


Una vez te perdiste detrás de la mañana.
Escápate a su sangre por las manos.
Que te encuentren al alba de la huida
con las manos moradas de crepúsculo
y perros que olfateen una medida blanca,
un juego con horario hasta el extremo razonable de la cal del muro.
No hay nada que perder, salvo la vida.
Sáltate el tiempo y sigue hasta el peligro:
es un veneno dulce de moras en la mano.

Volverá por la noche, entre la sangre,
una temeridad de zarzas lívidas
cuando todo el lugar era una búsqueda
y tú estabas perdido en la felicidad extensa y malva.
Ya sabes mucho de la nada, niño que te prometes no volver a escaparte.
Fuera del conocer, la cicatriz de la desobediencia.
También el tacto único de una palabra abstracta, libertad,
que una vez tuvo forma contra todos.
Tú eres lo que huyes.
Tú eres lo que huyes y todo lo que robas a tus años.
Después es la insolvencia de la tarde
una conversación acerca del vacío.
Al descuido del tiempo como un nublado rápido,
afuera hay más paisaje.
Y dentro está la madrugada áspera y el fuego tibio de la aceptación.
Todos querrían perderse por un campo de moras y no volver jamás.
Han perdido su edad y no la encuentran
en la brisa del riesgo que no corren.
Si dejas tú de coger moras,
la humanidad se mustia un poco sin saberlo.

(De Para lo que no existe, 1999)