Yo no sé desear más que la vida, porque entre las victorias de la muerte nunca tendrás la grande de tenerte como una de las suyas merecida y porque más que a venda y más que a herida está mi carne viva con quererte, e igual mi corazón que un peso inerte, halla su gravedad en tu medida. ¡Qué temblor no tenerlo en ningún lado, ni en el pecho, la vena o la palabra, y a lo mejor en valle, fuente o roca! ¡Corazón prisionero y emigrado, que con cada latido el hierro labra, y que convierte en sueño cuanto toca!