De aquellas arduas clandestinidades tenazmente debidas a causas nobles y amorosos lances, sólo te queda un sedimento entre feliz y melancólico, la sensación de haber perdido algo inencontrable, un decoro, una fe y algún temor: eso que fue sin duda el rango más preciado de tu vida. Vertiginosos días de lecciones difíciles, de secretos quehaceres y nocturnidades, de coartadas sensibles a la luz que te valieron cárcel, exilio, represalias y algo como un empecinado acopio de certezas que afloró andando el tiempo en lastres varios. De grado compartías encomiendas que la pasión hacía más audaces, aquella candorosa convicción de estar fogosamente prestigiando las noches, los sigilos, los empeños heroicos, los prohibitivos usos del amor, mientras la dignidad gestaba su literatura y en dulces aficiones te acogías. No has vivido emoción igual que aquélla. Nada ha sido lo mismo desde entonces y aún eres el recuerdo de ese hermoso oficio pasional de clandestino. Nunca fue en vano tan magnánimo aprendizaje de la vida. La historia de después te importa menos.