Recuerdo paso a paso aquel camino de tierra oscurecida por la lluvia, con charcos despiadados, alambradas hirsutas en las lindes y unos chopos sin hojas afligiendo al paisaje. Un lugar anodino, difuso, apenas predecible, y sin embargo dotado de una nítida hermosura, no por ningún expreso ornato natural sino porque precisamente allí, hace ya tiempo, percibí de improviso una presencia parecida a la plenitud, ese raudo bosquejo que irrumpe en la memoria y se incorpora ya para siempre a los indubitables rudimentos de la felicidad. Sólo eso: unos ojos pendientes de los míos, y en ellos, descifrándose, la clave venturosa de la vida.