Oigo a veces, en sigilosas noches otoñales, una oblicua graduación de bramidos provenientes de Argónida. Es como un rastro agreste de hermosura y pavor, como una súbita concentración de alimañas que bullen en sus madrigueras y surcan cada día los áureos aposentos litorales. No sé a qué confidencias remiten esas voces pero, juntas, atañen a mi vida. Llegan hasta el vértice neto de los sueños y allí transmite sus informaciones a quien procede del insomnio y sabe que siempre y sin remedio oirá hablar a la noche en medio de la noche.