Siento pasar los barcos por dentro de la noche. Vienen de un transitorio distrito del invierno y van a otra interina estación de argonautas, esas rutas quiméricas que rondan los fascinantes puertos de la imaginación. Invisibles a veces, surcan las cóncavas comarcas de la niebla, pertenecen a un mundo despoblado, a alguna procelosa tradición de vidrieras marchitas, se parecen a la emoción que queda detrás de algunos sueños. Llega hasta aquí el empuje respiratorio de las máquinas, el empellón del agua en las amuras, y a veces una sirena desenrosca la disonante cinta de su melancolía por los opacos círculos del aire. La cifra de esos barcos es la mía. Con ellos cada noche se va también mi alma.