Súbita boca que hasta mí llegó en el lento transcurso de la noche, dócil de pronto y de improviso rezumante de furia, ¿quién activó su olímpica ansiedad, esparciendo un delicado zumo de estupor entre las ingles de los semidioses? Oh derredor opaco del recuerdo que suple lo vivido, cuando quien esto escribe amaba impunemente no en el templo de Afrodita en Corinto, sino en la clandestina alcoba bética donde oficiaba de suprema hetaira la gran madre de héroes, fugitiva del Hades y ayer mismo vendida como esclava en el impío puerto de Algeciras.