Vana interrogación la del que llega al Danubio a deshora y busca la memorable isla donde otro exilio más cruel que el del oprobio purgara Garcilaso. Allí las aguas con un manso ruido, en derredor ni sola una pisada, fingen aceros entre sordas escaramuzas de la nieve y una rama de marchito laurel navega inconmovible hacia ningún destino, mientras la noche es cárcel y duro campo de batalla el lecho. La seducción que la memoria adeuda a una lectura justa en tiempos de desorden, torna a recobrar su apego frente a esta orilla de arrasadas églogas donde, preso y forzado y solo, el poeta a la vida imputara la recompensa hostil de su heroísmo. Mas la isla no es ya sino un rastro ilusorio en medio del furtivo Danubio. Cómplice de sí misma y antes de tiempo dada a los agudos filos de la muerte, sólo el agua discurre diversa entre contrarios y atestigua que otro nuevo destierro reservó la erosión de la historia al refugio infeliz del desterrado.