No podía ser niño en el pupitre inhóspito, llamaban a alguien, me miraba las manos, iba parpadeantemente emborronando las letras y los números, hendía el sustantivo mapa carcelario. Mañana, me decían. Pero la deserción del tiempo, aquel estrado limítrofe del mundo, aquella disciplinaria división del odio, me trababan la infancia para nunca. Cuerpo sin ojos, ¿dónde estaré mañana, con qué nudos de sábados en sombra amarrarán mi sueño, entre qué cuatro indómitas paredes irá mi libertad entumeciéndose? Los cautelosos plátanos, la inmóvil vendedora de estampas, el guardián de los jueves, la flora combativa como emblema, ¿siguen siendo mañana? Oh injusto ayer entre inocentes veredictos, fervor de lo temprano junto al miedo tardío de vivir, chorro de sed de las aceñas clandestinas, calle del Láudano que abría sus ululantes puertas de prostíbulos contra el mundo primero. ¿Qué me querías tú, luna lluviosa, airada piedra de la tarde, descoyuntado círculo del tiempo? ¿Qué me querías, dime, mísera prefectura de los libros desérticos, tapial de coros y de láminas, vespertinas maderas de vigilancia y de oración? No podía ser niño en los escaños hostiles, entre el terco desdén de las empalizadas, junto al silbo imperioso, bajo el látigo del estupor y de las letanías. Mañana, me gritaban. Pero ¿dónde estaré mañana, qué será de mi tiempo, de qué van a servirme tantos días sin mí? ¿Es necesario el mundo, soy necesario yo, me hago falta a mí mismo? Crédula infancia sola entre respuestas sin preguntas, déjame ser equivocadamente el responsable de mi quieta impaciencia de vivir.