Vuelvo a la habitación donde estoy solo cada noche, almacén de los días caídos ya en su espejo irreparable. Allí, entre testimonios maniatados, yace inmóvil mi vida, sus tributos de tornadizo empeño. La madera, el temblor de la lámpara, el cristal visionario, los frágiles oficios de los muebles, guardan entre sus rudimentos el continuo reflujo de los años, la espesura carnal de la memoria, toda la confluencia simultánea de olvidos y deseos que me asedian. Mundo recuperable, lo vivido se congrega impregnando las paredes donde de nuevo nace lo caduco. Reconstruidas ráfagas de historia juntan los desperfectos del amor. (Oh habitación a oscuras, súbitamente diáfana bajo el fanal del tiempo imprecatorio). Suenan rastros de luz por dentro de la noche. Estoy solo y mis manos ya denegadas, ya ofrecidas, tocan papeles (este amor, aquel sueño), olvidadas siluetas, vaticinios frustrados. Allí mi vida a golpes la memoria me horada cada día. Imagen ya de mi exterminio, se realiza de nuevo cuanto ha muerto. Mi propia profecía es mi memoria: mi esperanza de ser lo que ya he sido.