Detrás de la cortina un cuerpo espera. Nada es verdad si no su encarnizada inminencia, esa insaciable culpa que a mí mismo me absuelvo aborreciéndome. Nada es verdad: un cuerpo está esperando tras el sordo estertor de la cortina. En la oquedad propicia del instante que mientras más deseo más maldigo, quiero amar ese cuerpo, que él perviva hasta que su orfandad se haya cumplido. Paredes jadeantes, sucio el suelo de mercenaria obstinación, allí nos conducimos mutuamente al voraz simulacro de la vida. (La amarra del amor nos hace libres.) Sólo yo estoy suspenso del engaño: reptante fiebre muda, mi memoria confunde sus fronteras entre las turbias órdenes del tiempo. De todo cuanto amé, nada logró sobrevivir al cuerpo en que persisto. (La noche se agazapa entre las telas que un falaz movimiento hace carnales.) Una mentira sólo está esperando detrás de la cortina. Soy otra vez mi cómplice: consisto en mi deseo, toco a ciegas la luz, me reconozco después de extraviarme, despedazo ese fúnebre espejo al que el placer se asoma, expío con mi turno de amor mi propia vida. De un vértigo ritual pendiente el cuerpo, ya no es posible conjurar su lastre.