Cual tañedor de armónico instrumento que deseando complacer, lo mira, hiere al azar sus cuerdas, y suspira incierto, temeroso y descontento; Si escucha un conocido, tierno acento, anhelante despierta, en torno gira los arrasados ojos y respira poseído de un nuevo y alto aliento, Tal, si aún viviese en mí la pura llama Y el don de la divina poesía, pudiera yo cantar a tu mandado; Mas el poeta humilde que te ama, teme tocar ¡oh María Ana mía! un laúd que la edad ha destemplado.