Te engañas, mi Dorila, si juzgas que rendido de amar sin esperanza se verá el pecho mío; que no, no es tan tirano, cual dicen, el Dios niño, y sabe aun con las ansias dar premios exquisitos. Son necios los amantes que llaman su dominio cruel, y que maldicen sus cadenas y grillos. Dorila, yo te adoro; y el ardor en que vivo, es el premio y la gloria que el adorarte pido. Peno ¡ay triste! mas tengo en tu rostro divino de mis crueles ansias un dulce y cierto alivio: pues aun cuando mi pecho más agitado miro, volviendo a ti los ojos ledo que da y tranquilo. Y si del rostro amable el influjo benigno me es negado, y ausente mi fuego es más activo, tu dulce nombre entonces tiernamente repito, y un nuevo fuego enciendo, con que aplaco el antiguo. ¡Ay! de esta suave llama los amantes deliquios sólo es dado gozarlos a quien sabe sentirlos. Zagala, no te engañes, que aun el más afligido pagado está, si logra dar a tiempo un suspiro.