Era tan blanca, que la juzgarías una perla que se fundía, o estaba a punto de fundirse, con sólo nombrarla. Pero tenía las dos mejillas –blancas como el alcanfor- puntuadas de almizcle. ¡Encerraba toda la beldad y aun algo más! Una vez que sus lunares se hubieron metido en mi corazón tan hondo como yo me sé, le dije: "¿Es que toda esa blancura representa todos tus favores y esos puntos negros algunos de tus desdenes?" Me contestó: "Mi padre es escribano de los reyes, y, cuando me he acercado a él para demostrarle mi amor filial, temió que descubriese el secreto de lo que escribía, y sacudió la pluma, rociándome el rostro de tinta."