Mil caballitos persas se dormian
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.
Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un palido ramo de simientes.
Yo busque, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen siempre,
siempre, siempre, jardin de mi agonia,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,