Dos ramilletes de flores cuando su más tierna infancia. Dos capullos de fragancia de nacarinos fulgores. Cuando en su pecho entró Dios, dos magnolias que temblaron. Dos palomas que volaron cuando su primer adiós. Después, de novia vestida, inclinada ante el altar, una rama de azahar de su cintura prendida, se confunde fácilmente con su manita hechicera, pálida como la cera, tibia como sol de Oriente. Manos de esposa querida concedidas por el cielo, que allanaron con desvelo el camino de mi vida. Manos que, cual mariposas, volaron sobre mi frente ahuyentando de mi mente pesadumbres dolorosas. Manantial de frescura cuando de fiebre abrasado, en mi cerebro han posado con infinita ternura. Manos que al cielo elevaron al hijo pensando en Dios. Manos que lo acariciaron con el más ferviente amor. Ellas sirven de consuelo al rosal de sus amores, siendo sus mejores flores los hijos que le dio el cielo. Manos que ya temblorosas y por las venas surcadas, serán flores deshojadas, pero serán más piadosas. Perdonarán mis agravios con la bendición más pura y derramando dulzura serán manjar de mis labios. y olvidando los enojos que yo en el mundo le hiciera, ellas cerrarán mis ojos al llegar mi hora postrera.