Si Dios, quisiera que por darte vida la mía por la tuya se cambiara, para que libremente se escapara ¡con qué placer me causaría una herida! Me dejaste por Dios, madre querida, haciendo que en tu ausencia más te amara. Jamás me olvidaré de aquella cara en que tanta bondad quedó prendida. Tú te fuiste del mundo sin dolores quedando al fin tu corazón inerte después de repartir tantos amores. Yo un consuelo sentí, cuando al perderte, supe que Dios también quiere las flores, y que manda por ellas con la muerte.