Sosiega, ¡oh claro mar!, el ancho velo, muestra el rostro amoroso, seguro que esta vez te envidia el cielo. Goza blando reposo, mientras mi dueño hermoso, siendo sol en tus ondas da a los cielos su rostro envidia y tu sosiego celos. Sosiega las espumas, codiciosas de robar a la esfera los Peces que las hacen más lustrosas, goce tu vista fiera urca altiva y velera, que una pequeña barca sufre apenas, sin tan gran dueño, el lastre de mis penas. Si por besar sus plantas, bullicioso, muestra tu cristal ceño, (¡cuánto puede el temor!) aunque celoso, cuando el terreno isleño besare el pie a mi dueño, extendiendo sereno, ¡oh mar!, tus lazos, le robarán sus besos tus abrazos. ¡Ay, cuánto fue cruel el que primero aró el campo salado! ¡Ay, cuánto, ay cuánto fue de puro acero! Teme el pecho abrasado, de un risco fue engendrado, pues no gimió también su osado intento, de miedo el triste, si de enojo el viento. ¿Con qué rostro temió la cana muerte aunque más espantoso? ¿Con qué rostro miró su altiva suerte? ¿Quién no temió furioso, tal, el mar proceloso, pues subiera sin fin su osado vuelo a no impedillo con su frente el cielo? ¡Oh, duro pecho aquél, oh duros ojos no anegados en llanto, pues no temieron ser tristes despojos ya, hechos, del espanto, cuando miraron tanto morador escamoso beber fiero, y vista hambrienta, aun al veloz madero! Mas ya mis quejas veo han suspendido sus enojos al viento; y en lazos de cristal claro, extendido, se muestra el que violento buscó en el cielo asiento, y ya la playa, que azotaba airado, blando regala, abraza sosegado. Y a ti, ¡oh sereno mar!, que ya süave gozas sosiego y calma, en nombre mío, de mi dueño y nave, recebirás por palma desta cordera el alma, que, a tu blando sosiego agradecida, la desnuda mi mano de su vida.