Crece a medida de mi ausencia amarga, que es de mi fe la basa, su fiereza, con mi amor firmeza, más fuerte y alto mientras más se alarga. ¡Ay!, soberbio gigante el cielo mide, un tiempo tierno infante. De mis dulces memorias oprimido, corre al soberbio mar más presuroso Guadalete quejoso dure tanta memoria en tanto olvido, y, de la fe admirado, huye, no corre ya, de mi cuidado. Antes, del tiempo, la cerrada pluma corte a sus filos negará, rendida; la mar embravecida antes no escribirá con blanca espuma contra la nave airada la sentencia en sus olas fulminada; antes, cuando el sol sale más hermoso, dejará de envidiar tu rostro bello, y el cristalino cuello, de su carro el Aurora, presuroso, y las discretas flores lo mejor de su ser en tus colores, que deje el pecho tan dichosamente de adorar esos ojos soberanos y ofrecer con sus manos su laurel, aunque humilde, a aquesa frente; y a mí, el que he merecido, Guadalete, por firme, entre su olvido.