Pues servís a un perdido, y tan perdidos, dejadme, pensamientos desdichados. Basten los pasos por mi mal andados, basten los pasos por mi mal perdidos. ¿Qué, osados, me queréis? ¿A dó, atrevidos, montes altos ponéis de mis cuidados? Mirad vuestros iguales fulminados, mirad los robles de su piel vestidos. Dan vida a mi mediano pensamiento el ver un pino y una fuente clara en esta soledad que el alma adora. El árbol tiembla al proceloso viento, corrida el agua de humildad, no para: que el alto teme y el humilde llora.