De esas rojas mejillas, envidioso, más sangriento el rubí, de más corrido, afrenta, que del hurto ha convencido el nácar, Celia, de tu rostro hermoso. El cristal desatado, de lloroso, tu blanca frente aqueja, que ha podido robar —-dícelo él—- de lo escondido de sus senos espejo tan lustroso. Más blanca de enojada, blanca nieve, hurtos gime en tu cuello; de esos ojos el sol se queja o pide su hermosura. Mas no cesan aquí, no, tus enojos, que, si esto negar puedes, que me debe tu rostro un alma que robó, es locura.