Con lágrimas ardientes, niña mía, de mis venturas las memorias riego, entre cenizas apagado el fuego que en otras horas por mi bien ardía. Trocadas la ilusión y la alegría, mi corazón enamorado y ciego, en triste paz, en lánguido sosiego, no volverá a latir como solía. ¡Y pides hoy para adornar tu palma, un eco de mi lira desprendido! ¡Oh, deja, deja que repose en calma! A tu súplica, al fin, ha respondido: respondió con el eco de mi alma, y el eco de mi alma es un gemido.